"Bien de familia"

CAPÍTULO 19

Rafael llegó de la calle con expresión demudada, subió corriendo las escaleras y entró en su dormitorio. Mercedes, de rodillas, rezaba. Al oírlo levantó la cabeza. La frase de Rafael retumbó en sus oídos como un cañonazo:
--Se nos metió el gobierno en casa, nomás. El decreto está a la firma de Perón.
Mercedes se tomó la cara con las dos manos. La amenaza hecha realidad. Expropiación. Su casa. Su preciosa casa que, tres meses atrás, aprovechando la nueva legislación, había inscripto como bien de familia.
--Se ensañan con nosotros, Rafael dijo abatida, al borde del llanto.
--No ha tocado el turno. Y espero que sea solamente la casa
--¿Qué querés decir?
--Hay rumores de que quieren expropiarnos también el campo. Es intolerable. Esto es peor que el fascismo. No me imagino cómo va a terminar. Deberíamos irnos del país.
--¿Y adónde nos vamos a ir? contestó Mercedes desesperada. No, hay que quedarse y dar batalla.
--¿Batalla Si ellos son los dueños de vidas y haciendas. No, no hay nada que podamos hacer. Estamos en sus manos. Pienso que en la época de Rosas mi bisabuelo se habrá sentido como yo me siento hoy: acorralado, impotente.
Mercedes se sentó en la cama y hundió la cabeza entre los brazos. Rafael creyó que lloraba, pero de golpe ella se irguió. Una expresión rara le desencajaba las facciones.
--Algo podemos hacer dijo con tono seco, decidido. Vender la casa. Ahora mismo, ya.
Rafael hizo un gesto de desaliento.
--Estás loca, Mercedes. Quién te va a comprar la casa con una amenaza de expropiación.
Pero Mercedes no lo escuchaba:
--Hay que hablar con el italiano, con Giulio Ferretti. Hace un tiempo le dijo a Hernán en el Jockey que pagaría cualquier cosa por esta casa.
--Pero Mercedes, no seas absurda, cómo le va a interesar ahora. Todo el mundo sabe lo que está pasando.
--A él no se la expropiarán. Voy a hablarle
Mercedes se levantó, se acercó a su mesa de toilette y empezó a cepillarse el pelo, nerviosa.
--Mercedes, escuchame intentó frenarla Rafael.
--Nada. Ahora mismo. No me voy a quedar cruzada de brazos cuando están por aplastarme como a una cucaracha. Es mi casa gritó. ¿Me oís? Mi casa. Prefiero entregársela al italiano antes que verla convertida en un sindicato o en la Fundación Eva Perón.
Tomó su cartera y bajó corriendo la escalinata. Rafael la siguió. Cruzaron la calle y tocaron el timbre en el departamento de los Ferretti. Un mucamo vestido de negro les abrió la puerta y los hizo pasar al living. Mercedes miraba alrededor y clavaba las uñas en su cartera. Ésa era la casa de Francisco, de ese Francisco aborrecible que acostumbraba a poner los ojosy vaya a saberse qué más sobre sus hijas. Que ahora, a pesar de sus amenazas y advertencias, parecía haber vuelto loca a Silvina. A este hombre o a su padre, lo mismo daba venía ella a ofrecerle su máximo tesoro. La indignación y la vergüenza casi la impulsaron a salir corriendo, pero se contuvo.
Asombrado, desconcertado, don Giulio Ferretti se presentó ante ellos. La negociación fue larga y trabajosa. Las palabras salieron con dificultad de la boca de Mercedes. Rafael permaneció en silencio. Don Giulio dudaba: estaba interesado, sí, pero con semejante amenaza pendiente...Sólo si sus contactos en el gobierno le aseguraban que con el cambio de dueño la casa no corría peligro, sería comprador. Y ni hablar de la cantidad de dinero que le pedía la señora. La propiedad estaba bastante decaída, no había más que mirarla...Haría las averiguaciones necesarias y de ser posible el negocio, iría esa misma noche a conversar y cerrar trato.
Mercedes y Rafael volvieron a su casa. En ascuas esperaron la respuesta. A las diez de la noche apareció don Giulio: compraba. Con riesgo, pero compraba. La señora tenía razón, no había mayor interés por parte del gobierno con respecto a la casa, sino que 'circunstancias de índole política aconsejaban algunas expropiaciones que involucraran a ciertos apellidos'. Con avidez, don Giulio miraba alrededor. Cerraron trato.

A las doce del día siguiente, en la biblioteca de la casa de la calle Esmeralda, se firmó el boleto de venta. Sólo estaban presentes Mercedes, Rafael, don Giulio, Francisco y el abogado de la familia Castro Vidal. No hubo cabildeos ni discrepancias. La casa sería entregada a sus nuevos dueños sesenta días más tarde, en el estado en que se encontraba y vacía de muebles. 
Después de firmar con mano algo temblorosa, Mercedes miró alternativamente la rubicunda y satisfecha cara del señor Ferretti y las facciones serias y atractivas de Francisco, esos dos hombres que acababan de arrebatarle su casa y con toda seguridad le arrebatarían también a su hija. Esos inmigrantes vulgares, de modales groseros, que se reían estrepitosamente, alzaban los vasos de whisky que habían pedido y bebían como carreros. Dios, cómo era posible. Gringos ordinarios que iban a deshonrar su casa querida, llenos de cadenas de oro y relojes ostentosos.
--Bueno, mi querida señora exclamó don Giulio, sé que usted no está feliz, pero déjeme que le diga algo: su casa no puede estar en mejores manos. La vamos a restaurar por completo, ya va a ver. Cuando venga a visitarnos se va a sentir contenta de que esta mansión luzca como en sus mejores tiempos. Se nota que ustedes ya no podían mantenerla, ¿eh? Pero eso lo vamos a resolver enseguida.
Gringos de manos rústicas que profanarían su templo familiar, donde habían sido felices, donde habían nacido sus hijos y ella misma. Ahogó un sollozo.
--Vamos a hacer de nuevo el jardín, el comedor, la cochera enumeraba don Giulio con los dedos alzados. Voy a traer un arquitecto de primera. Y cuando mi hijo se case con su nena espero que sea pronto vivirán acá y todo queda en familia, ¿no le parece? don Giulio se restregaba las manos ignorando los pellizcos de su hijo para que se callara la boca.
Mercedes estuvo a punto de tomar esos fajos de billetes que el italiano había puesto sobre la mesa, arrojárselos a la cara, romper el documento que acababan de firmar. Quería vomitarles su asco, su desgarramiento, su humillación.
--Subo, Rafael dijo con voz de hielo. Atendé vos a los señores.
Salió al hall, subió la escalinata adivinando cada escalón porque una niebla los esfumaba, una niebla que impregnaba de opacidad su alrededor. Se encerró en su dormitorio. Era preciso que se pusiera en orden, que se hincase a rezar. Debía definir los próximos pasos...pero las rodillas y las manos le temblaban violentamente. Se arrojó sobre la cama, aplastó la cara contra la almohada y gritó. Gritó hasta quedar afónica. Después vinieron las lágrimas. Purificadoras, saladas, calientes. Agua del alma para lavarle el pecado de entregar su casa, su tesoro...