SANTO DOMINGO


La vieja iglesia de Belgrano y Defensa es, para los porteños, simplemente Santo Domingo. El nombre oficial, sin embargo, es Basílica de Nuestra Señora del Rosario y Convento de San Pedro Telmo. Frente a sus torres se libraron combates durante las Invasiones Inglesas, hubo sangre derramada y se puso de manifiesto la valentía conmovedora de los vecinos, dispuestos a vender cara su libertad. 

Su historia es tan vieja como la ciudad. Fue y es la residencia de los frailes dominicos, de la Orden de los Predicadores, que junto con los franciscanos y mercedarios fueron los primeros en asentarse en el Río de la Plata. En un principio -siglo XVII- fue una modesta construcción de adobe que luego se reemplazó y engrandeció a lo largo del tiempo. Varios terrenos habían obtenido los frailes -ya en el siglo XVIII- por compras, permutas y donaciones, en la manzana comprendida por las actuales calles Defensa, Belgrano, Venezuela y Balcarce. Además del templo y del convento tenían huerta y corral para animales de consumo, pero la ciudad crecía, los vecinos empezaron a protestar y finalmente, las autoridades ordenaron a la comunidad que mandara sus ovejas al campo.
La iglesia definitiva demoró muchos años en construirse. Se bendijo la piedra fundamental en 1751 y se consideró terminada en 1799, después de algunas vicisitudes durante las obras por diferencias con el arquitecto responsable, don Antonio Masella, que también intervino en la construcción de la Catedral Metropolitana. Parece que Masella era un tanto desordenado en el manejo de los fondos que se le entregaban, por lo que en los últimos años fueron nombrados Patronos de la iglesia -una suerte de benefactores y protectores- don Juan de Lezica y Torrezuri y su esposa, Elena de Alquiza y Peñaranda, importantes figuras de la sociedad porteña y grandes propulsores de las obras a las que contribuyeron con generosidad. La señora de Lezica dedicó gran parte de su tiempo e influencias para la finalización del templo. Se cuenta que, en uno de sus cumpleaños, don Juan le regaló un lujoso par de pendientes. Esperaba que ella los luciera esa noche en la recepción que ofrecerían, pero tuvo la sorpresa de verla aparecer con un solo pendiente. Al preguntarle el porqué, ella contestó: "Cuando miro por la ventana de mi casa veo una sola torre en la iglesia, que debería tener dos. Usaré el otro pendiente cuando esté terminada la que falta". Don Juan le prometió acelerar en lo posible la construcción. Ninguno de los dos llegó a ver las dos torres. Habían muerto antes de que se erigiera la segunda. En el muro derecho de la nave lateral hay una urna que guarda las cenizas de don Juan. Una placa de mármol, conmovedora y humildemente tallada, reza (sic): "Aquí yace Dn. Juan de Lezica y Torrezuri. Natural de Cortezubi en el Señorío de Vicaya. Patrono que fue de este Combento y edificó este Templo con el auxilio de las limosnas públicas y pribadas. Murió el día 11 de abril de 1784".
En 1845 tañó por primera vez en Santo Domingo la gran campana de bronce que pesaba 135 quintales y había sido traída de Génova.
Los Lezica poseían, como otros miembros benefactores, la aptitud de ser enterrados en el interior de la iglesia. Había un cementerio afuera para los vecinos modestos,  también se enterraba en el atrio de acuerdo a la alcurnia, pero las personas de mayor relieve tenían sus enterratorios bajo el piso de las naves o en las cercanías del altar mayor, como sucede en todos los templos y catedrales del mundo. Esta práctica hace ya siglos que fue abolida.
El visitante, nada más atravesar el atrio, percibe una sensación de serenidad fuera del tiempo, de antiguo silencio, como si los espíritus del pasado lo preservaran del ruido atronador de la ciudad que bulle alrededor.
En el atrio se alza majestuoso el monumento levantado en memoria del general Manuel Belgrano, creador de la bandera nacional. Allí están también sus restos. El monumento, inaugurado en 1903, fue encargado a Italia, donde lo realizó el escultor Ettore Ximenes. Sus relieves alegóricos recuerdan las diversas actividades de Belgrano y las figuras de bronce representan el pensamiento y la acción. También los padres del prócer, don Domingo Belgrano y doña Josefa González Casero, están enterrados en un lateral cerca del altar mayor. Asimismo descansan allí los restos de don Martín de Álzaga, alcalde de primer voto; del general José Matías Zapiola; del lego José de Zemborain, fraile dominico, regente de la Orden de Predicadores, que atraía a muchos fieles por su bondadosa y austera personalidad y sus méritos; de don Anselmo Sáenz Valiente y de su esposa doña Juana María de Pueyrredon, y del general Antonio González Balcarce, entre los más conocidos.
En el interior pueden apreciarse muestras de todos los estilos clásicos, como las columnas con bases de estilo jónico, con fustes y capiteles dóricos y corintios. El incendio de 1955 destruyó el altar mayor y el magnífico retablo de madera tallada que había creado en 1773 el escultor José de Souza, y que mucha preocupación y dineros había costado a Lezica. En ese lugar se colocó un anacrónico mosaico veneciano que reproduce un cuadro de Fra Angelico que había allí, y el órgano alemán cuyos planos proyectó el arquitecto argentino Rodolfo Berberri. La selección de tubos fue hecha por el concertista Héctor Zeoli. Tiene tres teclados, 18 pedales, 48 registros y es considerado el más importante de la ciudad.
Las bellísimas capillas laterales están dedicadas a los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael; a San Alberto Magno; a Santa Catalina de Siena; a San Martín de Porres y a Santa María Magdalena, entre otros. Al final de la nave derecha está la capilla del Santísimo Sacramento y a la izquierda la del la Virgen del Rosario. En las alturas, los magníficos vitraux esfuman la luz en mil tonos delicados. En el medio, la cúpula circular eleva su estructura, rodeada en su base por un corredor con baranda de hierro.
Los claustros del convento contiguo a la iglesia lucen una espléndida línea arquitectónica. Es de lamentar que hayan tenido que reemplazarse las ventanas que dan al jardín por otras de hierro y vidrio común. Los inmensos corredores llevan a las dependencias de los frailes y a la famosa "escalera de los ingleses", de anchos escalones de madera de quebracho que conduce a la viejísima torre lateral. Hay allí una enorme cruz de hierro donada por don Feliciano Guerra en 1797. Durante la invasión inglesa de 1807, los invasores tomaron el templo para rescatar las banderas que les habían sido arrebatadas el año anterior. Treparon a caballo por la escalera y aún pueden verse las marcas en el piso de mármol del descanso. Los ingleses armaron sus posiciones e izaron una bandera en la torre, la más alta de la ciudad. Enfrente, en la casa de don Francisco de Tellechea, se emplazaron cañones para repeler la invasión. En la torre queda el testimonio de las balas que se dispararon, aunque no son las auténticas. Fueron reemplazadas por réplicas de madera durante el gobierno de don Juan Manuel de Rosas, en 1835. El pueblo de Buenos Aires peleó denodadamente hasta librar a la ciudad de la ocupación.
En la actualidad, Santo Domingo padece las carencias de todos los antiguos templos de la capital. Tiene humedades de las cuales la más benigna es la de los techos, que han sido impermeabilizados por fuera pero aún tienen riesgo de desprendimientos. La más grave es la de los cimientos, la llamada "humedad ascendente", como destaca el prior del Convento, fray Rafael Cúnsulo. "Se han proyectado los pliegos para restaurar los techos aunque todavía no se llamó a licitación -explica-. Como todo monumento histórico, no se puede tocar sin autorización de la Dirección correspondiente, que depende del ministerio de Economía. En cuanto a la humedad ascendente, no hay especialistas en el país que traten este tipo de problema, de tal magnitud. Hace cien años las manchas de humedad se cubrieron con mármoles, que por la acción del agua se están desintegrando. Las paredes coloniales tienen casi dos metros de ancho, y las columnas macizas miden tres metros por tres, construidas con grandes ladrillones y rellenas de tierra".
"Necesitamos -agrega el joven prior- que se acerquen quienes puedan formar equipos de trabajo para coordinar cómo obtener fondos para la restauración, que entiendan de financiamiento. Nosotros somos educadores, nuestra tarea es otra. Tenemos equipos de técnicos arquitectónicos que nos asesoran, pero hace falta gente entendida en finanzas. La tarea a realizar es imprescindible e imperiosa. Un testimonio histórico de tal importancia requiere del apoyo de todos".
Hace poco tiempo se inauguró un museo en los claustros de Santo Domingo, pero fue un intento con final infortunado. Se expusieron al público valiosos testimonios del pasado. La mayoría de ellos fueron robados. No había fondos para preservar el museo con un adecuado sistema de seguridad.
Los tesoros históricos argentinos son escasos. No hubo a lo largo de la historia una verdadera vocación por preservarlos. Ha llegado la hora de que se tome conciencia de ello y que se aporte a este acervo trato cuidadoso, respeto y trabajo.